El abogado se levanta de su silla y le pide permiso al juez para acercarse al establo. El juez, desensillado, relincha y le dice al letrado que no es un establo sino un estrado. La negrita ve todo eso y se pone a llorar. Nadie desensilla la yegua porque la negrita mezcló el heno del marido con un poco de veneno y cuando el infeliz se enteró perdió los estribos. Se formó un reperpero y la gente de aquí pa llá, de allá pa acá, y pracatá pracatá vamonó a cabalgar.
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