viernes, 2 de julio de 2010

Preámbulo

El abuso de poder se desnudó de sus usuales ropajes y se dejó retratar de cuerpo entero. Se levantó sobre el mármol de un capitolio que se ha convertido en vulgar sembradío de injusticias y con desmedido impulso fue borrando, letra a letra, la palabra democracia.

Desde un helicóptero el jefe de la policía miraba el gigante, que sacudiéndose erráticamente masticaba la constitución y la escupía sobre los estudiantes convertida en insolencia. El gas que exhalaba se encargó de nublar la vista –ya miope- de cuantos miraban desde el escondrijo donde se trafica con las leyes, donde se apuesta con el porvenir de cuatro millones de seres humanos.

La intolerancia política ha encontrado demasiadas fisuras en nuestro ordenamiento y se ha vuelto una premisa inarticulada, pero sólida, del derecho consuetudinario nacional. La arrogancia la alimenta, e intenta legitimarse tras un tsunami, que ha sabido causar daños allende las zonas costeras y se han reportado inundaciones de corrupción a lo largo y ancho del territorio nacional.

En algún punto pensé buscar la constitución y citar la parte donde habla del derecho a la libertad de prensa, asociación y expresión, pero me enredé en la primera página con el preámbulo. El preámbulo en que acordamos hace 58 años que “la voluntad de pueblo es la fuente del poder público, donde el orden político está subordinado a los derechos del hombre [y la mujer] y donde se asegura la libre participación del ciudadano en las decisiones colectivas”. El mismo preámbulo en el que se acordó que “la esperanza de un mundo mejor” está basada en “el afán por la educación; la fe en la justicia; la devoción por la vida esforzada, laboriosa y pacífica; la fidelidad a los valores del ser humano por encima de posiciones sociales, diferencias raciales e intereses económicos”. Eso está ahí, pero no alcanza con aludir a la constitución, hay que leerla.

Y usted, ¿leyó el preámbulo?

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