martes, 17 de noviembre de 2009

Caparra

Caparra se inundó. El agua turbia, hija de la lluvia y la tierra, cubre autos y se cuela por las puertas de las casas. La vida allí no es la misma. En algún momento fue una buena idea vivir allí y hoy no lo es tanto. Ver el agua correr libremente puede ser espantoso.

Algún vecino inteligente - posiblemente medio listo – se acerca al alcalde y le propone mudar el poblado. El alcalde no entendió ni a la primera ni a la segunda. A la tercera, sin embargo, todo le empezó a sonar bonito. El vecino, que digamos se dedica a la industria noble de la construcción, era persuasivo tanto en frente de la lengua y el oído, como en el de las economías.

Las palabras se iban aclarando mientras más verdes se volvían. El mangle se convirtió en madera para fósforos. El alcalde iba comprendiendo que no debía guiar después de tanto vino, pero recordó que siempre hay un alcahuete. El vecino quería vista al mar y el mar no está lo suficientemente cerca de Caparra como para corroer las rejas.

La maqueta presentada coquetea con Santurce y Hato Rey al mismo tiempo. El alcalde reparte títulos que serpentean desde Río Piedras casi hasta San Juan. Caparra se muda y la historia se repite en ciclos de quinientos años.

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